lunes, 24 de marzo de 2014

De las vanidades y otras envidias

Decía Hesíodo, poeta griego del siglo VIII a. C. que "No es el trabajo lo que envilece, sino la ociosidad".
En la época del clasicismo heleno no creo que pudieran tener en cuenta los factores que actualmente acompañan a quienes forzosamente quedan ociosos por falta de un puesto de trabajo por lo que nadie debe sentirse ofendido.

Tampoco pienso que Hesíodo quisiera llamar villanos, en el sentido peyorativo del término, a las muchedumbres de parados que tenemos actualmente en las sociedades modernas. Más bien supongo yo que el poeta se refería a esa acepción de la ociosidad que se predica de quien no hace nada, sin más interés que el de matar el tiempo, que no coincide necesariamente con quien no trabaja, o mejor, con quien -aunque quiera- no puede trabajar.

 En ocasiones el régimen de competencia lleva a situar a las personas en condiciones morales precarias que lesionan de algún modo su autoestima. En este sentido, apuntaba Indira Gandhi, estadista y política hindú en el siglo XX, que "Un día mi abuelo me dijo que hay dos tipos de personas: las que trabajan, y las que buscan el mérito. Me dijo que tratara de estar en el primer grupo: hay menos competencia ahí": ¡Cuánto sabía sobre vanidad el anciano!

También quedan fuera de este contexto quienes aun teniendo trabajo no pueden desarrollarlo bien porque su entorno laboral extorsiona injustamente sus posibilidades de desarrollo, por ejemplo, por rencillas, competitividad desbordada, pequeñas o grandes traiciones, etc. El trabajo sin prisa -decía Marañón- es el mayor descanso para el organismo. Sin embargo, someterse a un trabajo intenso aunque parsimonioso no es del patrimonio de la mayoría porque es muy difícil aislarse de las presiones y de las envidias.

Quien se deja llevar por la vanidad o por la envidia, en la ansiedad del objeto que persigue, y que con frecuencia consigue, obtiene su propio castigo. Se ríe el pudiente de la escasez del pobre como lo hace este del temor del rico. Quizás por eso decía el escritor español Benito Pérez Galdós: "Dichoso el que gusta las dulzuras del trabajo sin ser su esclavo". No dejes, buen amigo, que te roben la esperanza porque la pobreza sin esperanza es el dintel de la miseria.
Y si nos ponemos románticos, descubrimos con Goethe que solo si has estado todo el día trabajando es posible que un buen atardecer te salga al encuentro. 

Ilustración: 
Antonio Marín (c). Más imágenes originales en http://dibuloco.wordpress.com/

Reflexión: 
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Alfredo Abad Domingo.
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domingo, 16 de marzo de 2014

La levedad de lo que parece tan importante


Todo el mundo lo hace, pero vivir no siempre es tan fácil. Nos cuesta todo nuestro esfuerzo, a razón de 24 horas por día.
Claro que como la vida es un evento 24x7, que no admite interrupción, no le concedemos demasiada importancia y presuponemos que el 24x7 se amplía  automáticamente a 365x24x7 y así podríamos extendernos en la serie temporal.

Esto es lo que parece, pero todos sabemos que realmente no es así, porque aun inconscientemente aprendemos de manera natural que ninguna biografía tiene discontinuidades topológicas: todas se expresan en un único segmento continuado, si bien acotado por una frontera.

Lo que les pasa a nuestras vidas ocurre necesariamente a todo aquello que cargamos sobre ellas. Nos hemos acostumbrado a unos modos de vida -modernos, decimos ahora- que incorporan herramientas, tecnologías o usos totalmente inconcebibles en otras épocas (no hace tanto de ello) pero que inhieren de tal modo en nuestra actividad que no podemos ni imaginar cómo hemos sido capaces de llegar hasta el momento actual sin ellas.
Es como si el móvil, la tableta o Internet fueran nuevos apéndices con los que ahora nacemos. Y, en cierto modo, así puede parecer. Pero no es del todo cierto, porque el móvil, la tableta o Internet generan en nosotros una dependencia externa. En casos extremos, una fuerte adicción.

Las dependencias siempre generan ansiedades y, cuando no se pueden controlar, frustraciones.
Cuando estamos en posesión de aquello que satisface nuestro inmediato deseo, parece como si reposáramos en un estado de calma, pero siempre se asoma a nuestra intimidad una duda en forma de corazonada: ¿qué pasaría si tuviera que dejar de satisfacer esa necesidad que ahora tengo cubierta?
Plantearse esta pregunta, intentar resolverla con sinceridad y gestionar sobriamente sus comprometedoras consecuencias nos empuja a iniciar un camino que nos induce un cierto grado de madurez.

Con motivo de algunas discontinuidades de servicio nos planteamos que hasta hace poco nos parecía que sin WhatsApp no podríamos vivir porque, tautológicamente hablando, de hecho no podríamos vivir. Sin embargo, hemos descubierto que lo que resolvía parte de nuestra vida no era WhatsApp sino el significado en nuestras vidas de lo que representa la mensajería instantánea. Y aquello que era un servicio 24x7 ha revelado su auténtica realidad y casi ha producido una quiebra en nuestras vidas. Pero, también ha puesto de relevancia otros servicios alternativos semejantes con sus ventajas e inconvenientes y nos ha hecho comprender que lo importante no son los servicios de la vida sino la vida misma.
Si usas prudentemente los servicios tecnológicos pronto descubrirás que apagar el móvil de vez en cuando te proporcionará muchas otras ventajas.
Y desde aquí te propongo que abandones esa obesidad digital y sigas una dieta de adelgazamiento tecnológico, al menos, para sobreponerte a tus tan incontroladas como incontrolables dependencias. 
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Alfredo Abad Domingo.
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sábado, 8 de marzo de 2014

La felicidad, ese cisne negro

Suele denominarse cisne negro al modo metafórico de referirse a un suceso caracterizado por las siguientes tres propiedades:
  1. Es un suceso extraño que excede las expectativas normales y que no ha tenido ningún precedente que pudiera asegurar su devenir.
  2. Produce un impacto extremo de importantes consecuencias para la propia vida.
  3. Se puede predicar de él una cierta predictibilidad retrospectiva,es decir, no podemos predecirlo antes de que suceda, pero una vez que ocurre pensamos que "lo habíamos visto venir".
Internet es un claro ejemplo de cisne negro: es un suceso extraño que ha superado todas nuestras expectativas, ha tenido un impacto extremo y no podemos imaginar cómo hemos podido sobrevivir sin la red a lo largo de toda nuestra historia.

La felicidad también es un cisne negro. Comprobémoslo considerando cada una de estas tres propiedades:
  1. Es un suceso extraño que aparece en nuestras vidas gratuitamente, aunque no de manera fortuita. Nada más alejado de la felicidad que el azar.
  2. El impacto sobre nuestras vidas es nuclear, de hecho, identificamos vida con felicidad. Cuando no somos felices, perdemos la percepción del sentido de la vida. Nosotros no podemos darle sentido a la vida, solo podemos descubrir el sentido que la vida ya tiene de por sí.
  3. Nos damos cuenta de que, a priori, no podemos garantizar alcanzar la felicidad, pero cuando somos felices tendemos a pensar que esa felicidad viene de algún sitio y por alguna razón, que si la alcanzamos es porque nos hemos preparado el camino de la felicidad.
Y ahora, querido lector, reflexiona: ¿Eres feliz por lo que tienes o por lo que eres?
Si te atreves, puedes seguir con el siguiente vídeo sobre el Manual de la Felicidad


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jueves, 6 de marzo de 2014

Ponle números al negocio de la pornografía en Internet


La pornografía a través de Internet daña significativamente a un niño. Los padres harán muy bien en controlar los accesos de su hijo a las páginas que la exhiben, pero la medida será ineficaz si no son capaces de explicar al niño por qué ver pornografía desde su móvil le perjudica y, por tanto, no debería hacerlo.

No basta con que los padres establezcan unas barreras domésticas “legales”; tienen que formar a su hijo para que él mismo sepa qué debe hacer, qué es bueno y por qué, qué es malo y su porqué, y decida libre y personalmente hacer lo que es bueno porque quiere hacerlo.

Y los adultos ¿están libres de problemas? ¿Pueden los adultos hacer un uso indiscriminado de Internet? Desde luego que no. Los adultos pueden tener más formación y eso les ayuda a ejercitar mejor su libertad. Pero, por muy adultos que sean, pueden hacer mal uso de su libertad. Por esa razón, lo que se predica aquí para los menores, puede aplicarse a los adultos, salvando las distancias oportunas.


Fumar o tomar alcohol es dañino para la salud de un niño. Y también para la de un adulto. Ahora bien, la ley prohíbe la venta de tabaco o bebidas alcohólicas a menores, pero no a personas adultas. O sea, que una cosa dañina está penada por la ley en unos casos, y en otros, no. ¡Qué curioso!

La moral no es una colección de prohibiciones y mandatos caprichosos, sino una guía que, teniendo en cuenta nuestra naturaleza, nuestra dignidad de personas, nos señala lo bueno, lo que nos perfecciona y nos conduce a la felicidad. El hecho de que la ley permita vender alcohol a los adultos no convierte en bueno cualquier consumo de alcohol por parte de un adulto. No todo lo legal es moral, como no todo lo inmoral es ilegal.
Claro que... en muchos casos, mandan las leyes económicas. 


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Alfredo Abad Domingo.
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