miércoles, 29 de enero de 2014

¿Compartes móvil o tableta con tu hijo?

Según ThreatTrack Security, el 57% de los analistas de malware que trabajan para empresas de seguridad han estudiado casos en los que ha habido violación de datos sin que esos incidentes fueron revelados (Malware Analysts Have the Tools to Defend Against Cyber-Attacks, But Challenges Remain).
La encuesta está basada en un reporte de investigación sobre riesgos de violación de datos (The 2013 Data Breach Investigations Report).

Las razones por las que no se revelan estos incidentes son muy variadas y van desde el razonable miedo a la pérdida de reputación online hasta el temor de los administradores de seguridad a ser despedidos. El informe dice que empresas más grandes son más propensas a ocultar estos incidentes, quizás porque tengan algo más que perder que las más pequeñas.

Las razones por las que se producen estos incidentes también son variados: dificultad en comprender el malware, excesivo volumen de ataques, falta de efectividad de las soluciones de seguridad, etc.
Los analistas dedican gran parte de su tiempo a analizar problemas de seguridad generados mayoritariamente en los altos niveles organizativos de las empresas, que son los que tienen capacidad de obligar a los encargados de seguridad a saltarse las reglas de juego de la seguridad corporativa.

Las fuentes de contaminación declaradas son las siguientes:
  1. Visita a sitios pornográficos: 33%.
  2. Hacer clic en un enlace malicioso recibido por correo electrónico (phishing): 56%.
  3. Permitir a alguien de la familia utilizar un dispositivo propiedad de la empresa: 45%.
  4. Instalación en el dispositivo móvil alguna aplicación maliciosa: 33%.
El riesgo de seguridad generado por la utilización de dispositivos móviles de manera compartida se acrecienta irremediablemente. En una situación con menores esto debe cuidarse especialmente por múltiples razones, pero nosotros aquí nos fijaremos especialmente en tres:
  • El padre o adulto que se asoma a una Internet de adultos y que deja huella de su visita por sitios pornográficos o que se deja infectar por aplicaciones preñadas de malware pone en serio riesgo al menor que utiliza ese dispositivo móvil.
    Quizás, por tener contento al menor que solicita el móvil como un entretenimiento está abriendo una ventana al menor que nunca debiera permanecer abierta, con el agravante de que el menor bajará la guardia en su protección personal puesto que se fiará irremediablemente y en todo de su padre.
  • El menor a quien su padre cedió su  tableta, que no está convenientemente cerrada, y en la que el niño realizará operaciones que pongan en riesgo la privacidad de la información almacenada en el dispositivo móvil, quizá de la empresa para la que trabaja el adulto.
  • El jefe o directivo que presiona al servicio técnico para que le deje hacer una operación prohibida por la política de seguridad de la empresa y que pone en peligro a toda la organización. Este riesgo puede extenderse después a su propia casa si comparte el dispositivo con otros de su familia.
Por eso, si no quieres problemas aquí tienes unos pocos -muy sencillos- consejos:
  1. Los dispositivos móviles son unipersonales, por eso no los compartas si no tienes posibilidad de discriminar usuarios ni asignar permisos.
  2. Esmérate en el cuidado de la administración de contraseñas. Las contraseñas guardadas siempre son una fuente de peligro que debes aprender a gestionar.
  3. Trata de separar la información profesional de la personal.
  4. No hagas nunca nada de lo que después te puedas arrepentir.
  5. Lo que no quieras que haga tu hijo, no lo hagas tú.
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Alfredo Abad Domingo.
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martes, 21 de enero de 2014

Esa frigidez tecnológica que hiela la sangre

Decía Vicki Baum (1888-1960), escritora austriaca y de nacionalidad estadounidense, que "La fama trae la soledad. El éxito es tan frío como el hielo y tan poco hospitalario como el Polo Norte".

En Tecnología, esto es una realidad: algo tan efímero como la técnica, y aun más las modernas tecnologías de la información, nos dejan huellas aparentemente imborrables, pero cuya impronta es pisoteada por el siguiente hollado. Podríamos afirmar que, en tecnología, cada huella es destruida por la de la siguiente pisada.

En Educación esta realidad es llevada al extremo: el éxito puede ser el obstáculo imponente que aleje a un profesor de sus alumnos, sobre todo si no lo sabe gestionar adecuadamente. En este sentido, el padre de la educación americana Horace Mann (1796-1859) repetía que "El maestro que intenta enseñar sin inspirar en el alumno el deseo de aprender está tratando de forjar un hierro frío".
Por eso, esta vez en palabras del Nobel de Literatura Mauriac: "El día que tú no ardas de amor, muchos morirán de frío".

Ilustración: 
Antonio Marín (c). Más imágenes originales en http://dibuloco.wordpress.com/ 

Reflexión: 
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Alfredo Abad Domingo.
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lunes, 13 de enero de 2014

Perversión en la cultura del esfuerzo

Se me hace raro el día en que no oigo hablar de la "cultura del esfuerzo" de boca de muy diferentes personas y en distintos ámbitos sociales o profesionales.
A priori, siempre me pareció bien tener en consideración el esfuerzo, quizá porque en las generaciones adultas nos hemos acostumbrado a que nadie nos ha dado nada y todo ha habido que conseguirlo con esfuerzo, frecuentemente con mucho esfuerzo.
Y es que, efectivamente, tiene los brazos más largos el esfuerzo que la comodidad.

La mayor parte de las veces que escucho hablar del esfuerzo encuentro una relación más o menos directa con entornos políticos, sindicales o de organizaciones empresariales, que es tanto como decir políticos. En algunas ocasiones, sobre todo en ámbitos gubernamentales y empresariales, juzgo que mi interlocutor está a favor de esa cultura del esfuerzo lo que me invita a ponerme a su favor. En cambio, en otras ocasiones quien habla se posiciona en contra del esfuerzo, lo que no cabe en mi entendimiento.

Sin embargo, esa unidad de criterio entre partidos políticos y organizaciones empresariales ha levantado mis sospechas y me ha invitado a reflexionar y, con ello, a poner un sano juicio crítico sobre las bondades de esa cacareada cultura del esfuerzo. Este modelo cultural ya lo hemos experimentado de manera semejante cuando hablábamos de la "cultura del pelotazo". Si asemejamos la cultura del esfuerzo con la cultura del pelotazo no tendremos más remedio que concluir, por coherencia, que ahora el esfuerzo es el pelotazo, lo que suena bastante bien, pero también quiere decir que ahora el pelotazo es el esfuerzo, que suena significativamente peor. Básicamente porque no terminamos de abandonar el pelotazo; lo que ahora hacemos es cambiar el método de alcanzarlo.

El esfuerzo, ¿es bueno? Me sigue pareciendo que sí, pero sin idolatrías. Esforzarse por conseguir un objetivo es parte fundamental para conseguirlo, alejándolo de la cultura de lo gratis. Sin embargo, el esfuerzo por sí solo no dice razón de bondad. Es cierto que esforzarse razonablemente y de manera continuada produce unos efectos en el hombre verdaderamente asombrosos. Por ejemplo, consigue el desarrollo de la virtud humana, que no de los valores. Las virtudes son hábitos entitativos u operativos, mientras que los valores son elecciones intelectuales, que se pueden o no concretar en virtudes personales en este o aquel individuo.

Se estudia en ciencia que para demostrar algo hay que hacerlo genéricamente, es decir, una demostración no es válida si no se prueba en todos y cada uno de los casos. Sin embargo, para demostrar que algo es falso basta con encontrar un único caso en que la hipotética teoría fracase, es decir, basta con encontrar un contraejemplo. He aquí el contraejemplo que derriba la cultura del esfuerzo:
No conozco a nadie que se haya esforzado tanto como esas desgraciadas personas que, sometidas por la esclavitud, trabajaron duramente un día y otro para los señores que las poseyeron. Aquel esfuerzo colectivo de la esclavitud se hizo precisamente cultura social. Se esforzaban, pero no eran libres. El esfuerzo que pusieron fracasó en la construcción de sus personas.
Además, hay quienes no pueden poner esfuerzo por daños en su voluntad, en su inteligencia o en sus capacidades físicas o fisiológicas. Aunque quisieran no podrían participar de la cultura del esfuerzo.
Entonces, ¿qué hacemos con ellas? ¿Les desposeemos de su dignidad porque no son capaces de ponerla en relevancia a través de ese esfuerzo del que son incapaces? ¿No será acaso que el concepto de esfuerzo que todos predicamos está coloreado de un saturado utilitarismo? Sin embargo, si abandonamos el esfuerzo, ¿qué podríamos conseguir? Probablemente, nada.
Luego, ni el esfuerzo ni la cultura del esfuerzo bastan: ambos son importantes, pero necesitamos algo más.
El esfuerzo no tiene razón de fin sino de medio, por eso no puede liderar nuestra actividad: el esfuerzo solo puede ser un método. Pero nos damos cuenta que las organizaciones políticas y empresariales no hablan de métodos, pretenden configurar la sociedad, es decir, quieren imponernos lo que está bien y lo que no. Y ahí fracasan, por eso los países que más se esfuerzan en el trabajo (por ejemplo, porque dedican más horas en su calendario laboral) no son necesariamente los que mejores resultados obtienen, como tampoco tienen por qué ser los más felices: basta con ver las altas tasas de suicidio de los escolares surcoreanos, que pasan por ser los que más se esfuerzan del mundo. Tampoco los que menos se esfuerzan son los mejores ni los más felices. Debe haber alguna correlación entre esfuerzo y felicidad, pero no se identifican.

Y entonces, ¿qué hacemos? Ponerle al esfuerzo un auriga conductor. Mi propuesta es que el auriga se llama "deber". Hay que hacer las cosas porque debemos hacerlas, porque nos convienen, porque nos perfeccionan o nos conducen a lugares en los que libremente ponemos nuestro interés o el de otros. Para recorrer la singladura diaria es necesario el esfuerzo puesto que de lo contrario nunca podríamos dar un paso por ese camino, ni por ningún otro. Para vivir libremente hacen falta las virtudes como para caminar los zapatos. Sin calzado puedes dar algunos pasos pero nunca llegarías muy lejos porque tus heridas impedirían tus desplazamientos del mismo modo que la falta de virtudes lastrarían tus decisiones.

Y, puesto que somos libres, ¿cómo podemos saber cuál es nuestro deber? Simplificando la respuesta: ¿Tu que eres, un hombre, una mujer? Entonces, tu deber es hacer aquello que se adecua a lo humano, a tu dignidad, a tus compromisos, a tu profesión; a lo que eres, a lo que quieres ser, a lo que puedes ser, a lo que los demás te dejan ser. Vales lo que eres, no lo que tienes; vales lo que puedes, no solo lo que haces.
Hablar solo de la cultura del esfuerzo es una perversión de la verdad de lo que somos y solo cuando nos decidimos en la dirección de nuestro deber, también a través del esfuerzo, nos encaminamos al fin que nos perfecciona.

Somos personas humanas lo que nos lleva a pensar que compartimos algo común que no depende de nuestra voluntad sino que emana de lo que somos, de eso que los filósofos han llamado naturaleza humana. Pero si negamos la naturaleza, entonces se atenúa la realidad de nuestro ser personas y nos convertimos en meros individuos, números en las bases de datos de las administraciones, contribuyentes de impuestos, socios de una organización profesional, miembros de un partido político, etc. Nuestro rostro deviene en simple fotografía.

Pero, si las personas se convierten en meros individuos, entonces la naturaleza se transforma en simple sociedad, mero agregado de individuos, en donde las reglas de juego son arbitrariamente decididas y sustituidas por quienes ostenten el poder en ese momento, cualquiera que sea la forma en que lo consiguieron.
¿Qué interés podrían tener las organizaciones políticas y empresariales en la "cultura del esfuerzo"? Quizá sea el de atenuar nuestra parte personal en aras de promover un utilitarismo individual. Pero un utilitarismo útil para ellos.
Por tanto, le declaro formalmente la guerra a la "cultura del esfuerzo" por incompleta y por injusta. Para que pueda ser aceptada debe someterse a la "cultura del deber", del deber cumplido. En caso contrario, aunque su punto de partida sea algo conveniente a nuestra realidad vital deviene en inhumanidad, y cuando esa cultura se pone en contraste con la verdad de lo que somos, pervertida.

¿Quieres saber más sobre esa otra relación perversa entre el éxito y la excelencia

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Alfredo Abad Domingo.
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domingo, 5 de enero de 2014

Test de adicción a Internet

Las actividades humanas están sujetas a adicción cuando quien las ejecuta es manejado por ellas, momento en el que la voluntad humana se difumina dejando el campo abierto al devenir no libre de la actividad.

Aunque hay quienes piensan que la adicción a Internet no es real, parece que es una de las adicciones modernas que menos se reconocen, quizás porque Internet se ha convertido en un medio de vida y un medio para la vida, tomando el concepto de vida como lo más amplio.
Sin embargo, esta adicción deja señales.

Aquí te dejo un test para que evalúes cómo eres de adicto a Internet. 

Posteriormente, si quieres saber algo sobre cómo los expertos piensan que puede tratarse, también te dejo un documento.

Test de adicción a Internet (en español).
Test de adicción a Internet (en inglés).
  
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Alfredo Abad Domingo.
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