lunes, 1 de julio de 2013

"People Tagging" (2 de 3): el perjuicio de etiquetar

Beneficios y perjuicios del "people tagging"

En el post anterior (1/3) habíamos señalado el significado del "people tagging", lo que significaba etiquetar a las personas y cuál podría ser la función del coach para conseguir liberar al coachee de una emoción limitante.
Una vez centrado el tema, podemos preguntarnos ¿qué beneficios se obtienen practicando el tagging? Y, ¿a quién perjudica esta maquiavélica actividad?

¿Qué beneficios obtenemos con el tagging?

Claro, una vez colgado el sambenito en el cuello de alguien, es mucho más fácil llegar a conclusiones concretas con él: basta con fijarse en lo que suelen  hacer los que comparten su penitencia. 

Y, por ser más fácil, también más cómodo para nosotros. 
Y, también, más injusto.

Cuando alguien ha hecho algo mal, por ejemplo, ha copiado las respuestas del examen de un libro decimos que es un mal estudiante. 
Y, efectivamente, puede que lo sea, pero no necesariamente. Lo único serio que podemos afirmar es que copió las respuestas de ese examen y que defraudó con ese acto al profesor que le examinaba: en ese examen no se comportó como un buen estudiante. Pero, en ese examen, solo en ese examen.

Si el estudiante rectifica -se le da una oportunidad- y ya nunca vuelve a copiar, y estudia, y saca buenas notas, ¿tendrá siempre encima la etiqueta de mal estudiante? No parece justo. Es como si se convirtiera en la percha sobre la que se cuelga la cualidad del error que cometió.
Sin embargo, si no somos capaces de ser dueños de nuestras emociones (inteligencia emocional), quedaremos protegidos del al autoritarismo de la mente que nos dice una y otra vez: "copió, luego es -y seguirá siendo- un mal estudiante". Y, siendo, que no es verdad, aunque sí verosímil, el etiquetado nos conducirá al error.

Todo por haber juzgado a una persona y haberla clasificado en una categoría general en vez de haber detenido estrictamente el pensamiento interior en la ejecución del acto concreto que invitó a deslizar sutilmente el pensamiento hacia donde no debía.
Pensar es más costoso que no pensar, decidir más que no decidir, rectificar más que perseverar en el error; pero, pensar, decidir y rectificar nos hace más libres. Más libres, incluso, de nuestros propios criterios, que no tienen por qué ser necesariamente la vara de medir la verdad. Eso sí; no pensar, no tener que decidir y no  rectificar el error es mucho más cómodo.
Pero, ¿quién o quiénes son los perjudicados cuando colgamos a alguien un sambenito? Esta será una reflexión de interés porque el coach tendrá que abrir caminos intelectuales y emocionales a sus coachees para que puedan revertir situaciones anómalas.

¿A quiénes perjudica el tagging?

Anteriormente hemos reflexionado sobre cómo el resultado de un acto concreto puede acabar en un proceso mental de asignación de una etiqueta (sambenito) al agente del acto por parte de un observador externo. Este etiquetado consiste en atribuir una cualidad (buena, mala o, sencillamente, aséptica) a una persona en virtud de unos actos concretos, quizás, incluso puntuales.

Si el acto atribuido es un acto que consideramos "malo", caben distinguir dos casos posibles: que la atribución tenga fundamento en la realidad (efectivamente aquella persona hizo algo mal o, incluso, sin hacer nada malo lo que de ella se revela perjudica su buena fama) o que la atribución se aparte de la realidad (aquella persona no tuvo nada que ver que ese acto, aunque se le atribuye falsamente).

En el primer caso hablamos de difamación; en el segundo, de calumnia.

Se hace evidente que el principal perjudicado de un tagging es quien ha sido etiquetado. El daño que se le hace depende de muchos factores, pero sobre todo de la propagación que se hace de la etiqueta que se le asigna (no es lo mismo un entorno personal que uno profesional, por ejemplo) y del prestigio que tenga la persona que hace pública la etiqueta que asignó al infeliz etiquetado o de quien la propaga aunque no haya sido originalmente suya.
  1. Si alguien me pone una etiqueta, pero ese alguien no es conocido o no tiene ninguna relevancia, el daño que me puede hacer es escaso puesto que los demás asumirán la categoría en que me incluyó en virtud de su prestigio o de la capacidad de resonancia en su entorno.
  2. La gravedad del acto atribuido no es necesariamente demasiado significativo aunque tampoco irrelevante, puesto que alguien que recibe la condición de criminalidad de otro, puede que no conozca exactamente qué crimen cometió: para quien recibe la oferta de etiqueta, todo criminal es un criminal, sin embargo, no es lo mismo asesinar a una persona que a varias.
  3. Por otra parte, si la propagación de la etiqueta es pobre, el daño realizado será menor que si se publicita en un programa de TV en horas de alta audiencia.
Pero quien es etiquetado no es el único perjudicado. Además se daña a quienes aceptan la oferta de etiqueta. La razón es bastante evidente: tomará como válido algo que no lo es, fiándose de quien le informa de la categoría en la que clasificó a esa persona.
Eso no quiere decir que le estén engañando, puesto que en la difamación no necesariamente hay engaño y en la calumnia no se exige que haya una intención de mentir, pero el perjuicio es real puesto que en cualquiera de los dos casos estaría recibiendo una información para ser tomada como válida de un modo general, cuando a lo sumo, es válida en casos particulares.

De este perjuicio nos podemos defender si construimos hábitos que nos lleven a rechazar cualquier etiquetado que quienes nos rodean pongan a nuestro alcance. O sea, que seremos perjudicados, solo si queremos.

Aunque no es tan evidente que el caso anterior, se puede afirmar que el rey de los perjudicados es el propio etiquetador. Claro, que también queda perjudicado porque quiere. De hecho, puede evitarlo sin más que abandonar su fea costumbre.
Pero, ¿por qué el etiquetador sale perjudicado? Porque pierde su autonomía mental para reflexionar a partir de los datos que la experiencia directa le proporciona.
El etiquetador suele ser una persona que decide de acuerdo con patrones establecidos por él o, lo que es peor, por otros. Carece de autonomía para cambiar las decisiones erróneas porque atribuye a los demás su propia responsabilidad, que reviste de una arquitectura de etiquetas que expliquen su ficticia realidad.

Por otra parte, se incapacita para cambiar, puesto que construye su propia realidad a la medida de su propio ecosistema cerrado de pensamiento.
Sus relaciones personales con los demás no están basadas en actos concretos, sino en suposiciones u opiniones venidas de terceras personas o de grupos de presión.
En resumidas cuentas, no es rentable etiquetar para el etiquetador. Aparte de lo contraético y antiestético de su actividad, frecuentemente inconsciente, en absoluto le merece la pena. Ten en cuenta que:

El acto de etiquetar es producto de un "egomomento".

Pero, ¿cómo se diagnostica el tagging? Y, ¿cómo se puede reconducir? En el siguiente post (3/3) daremos algunas ideas sobre el diagnóstico y su terapia. 

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Alfredo Abad Domingo.
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